Vivimos en el momento histórico de mayor progreso de la ciencia y la tecnología, de mayor desarrollo de las capacidades de producción y distribución, y sin embargo, no conseguimos asegurar las condiciones materiales básicas de reproducción de la sociedad en su conjunto.
La economía neoclásica, no es ideológicamente neutra. Para ella no existe la sociedad, solo hombres y mujeres individuales. Desde la economía política se asume que la sociedad existe, porque lo económico es algo indisociable de lo político.
Mario Rísquez | ECONOMISTAS SIN FRONTERAS |27 de abril de 2016
Desde la economía convencional se interpreta la economía como algo estanco y separado de la política. En el sistema económico, representado de manera convencional, el agente fundamental sería la empresa, que generaría riqueza de manera eficiente dentro del terreno en el que opera, los mercados. Por otro lado, en la política, el agente principal sería el Estado, que detentaría el poder y tendría el cometido de mantener la estabilidad y el orden a través de su ámbito de actuación, las instituciones. Como vemos, se trata de dos circuitos de agentes, funciones y relaciones que, dentro de las coordenadas de la economía ortodoxa, funcionarían de manera armoniosa siempre y cuando ambos circuitos no se entrelacen. Por el contrario, desde un enfoque de economía política, podríamos definir la economía como la forma en que la sociedad organiza la producción, la distribución y el consumo de los bienes que permiten a la misma reproducirse.
¿Cómo conciben ambas perspectivas el poder y los procesos de toma de decisiones? En una concepción simplificada de la economía neoclásica, si la política no interfiere en la esfera de la economía, esta última funcionaría de manera armoniosa. Este equilibrio armonioso sería el resultado de la agregación del conjunto de decisiones individuales de agentes homogéneos e independientes, consumidores y empresas, que dispondrían de información perfecta y actuarían guiados por el egoísmo como principio de su racionalidad, lo que en última instancia redundaría en el bienestar colectivo. Es la competencia perfecta, una economía sin tiempo ni espacio; también sin sociedad. Recordemos aquella afirmación de Margaret Thatcher: “No existe tal cosa como la sociedad. Lo que existe son hombres y mujeres individuales”. Sin embargo, desde la economía política se asume que la sociedad existe, que lo económico es algo indisociable de lo político, y que ambas esferas están atravesadas por relaciones de poder.
El sistema económico se construye sobre la base de una serie de presupuestos antropológicos que autodeterminan las relaciones entre el individuo y la colectividad social
Hoy en día vivimos en el momento histórico de mayor progreso de la ciencia y la tecnología, de mayor desarrollo de las capacidades de producción y distribución, y sin embargo, no conseguimos asegurar las condiciones materiales básicas de reproducción de la sociedad en su conjunto. Si la economía consiste en la forma de organizar esto último, cuanto menos cabe preguntarse a qué se debe esa distorsión entre capacidades y satisfacción de las necesidades básicas, es decir, entre medios y fines.
Como apuntaba José Luis Sampedro, el ajuste de la oferta y la demanda a un precio de mercado no garantiza que los artículos de primera necesidad vayan a parar a las manos más desamparadas. Este ajuste puede dar lugar a que los ricos tengan leche para sus gatos, mientras los pobres no puedan comprarla para sus hijos.
Y es que la realidad en la que vivimos es muy diferente de la que aparece en las páginas de los manuales de economía al uso. Si para algo está sirviendo la crisis económica, por ejemplo en Europa, es para desenmascarar esas relaciones de poder que detentan las élites político-económicas que realmente organizan la economía, esto es, la producción, distribución y consumo de esos bienes necesarios para la reproducción social. Esas élites político-económicas, que por concretar un poco más, habría que hacer referencia a las grandes empresas transnacionales, a los grandes inversores institucionales o a organismos de gobernanza supranacional como el FMI o la Comisión Europea, disponen de una serie de palancas de poder, que el transcurso de la crisis ha puesto en evidencia.
Por un lado, dentro de los dispositivos de poder formales habría que considerar la institucionalidad de la Unión Europea como una arquitectura no solo carente de democracia, como se suele apuntar, sino funcionalmente oligárquica. Y eso no se debe a un fallo de diseño, pues eso implicaría reconocer que no se ha conseguido el objetivo que se perseguía. Para dar cuenta de la configuración actual de la Unión Europea, hay que atender al hecho de que han sido esas élites político-económicas las que han conducido y articulado el proceso de construcción europea, y por tanto esa institucionalidad resulta funcional a la agenda de intereses de estos mismos actores, y no de otros.
La actuación de algunos organismos europeos en el transcurso de la crisis griega arroja algo de luz sobre este asunto. Un ejemplo de ello podemos encontrarlo en la decisión del Banco Central Europeo en febrero del año pasado de no aceptar como activos de garantía en el programa de expansión monetaria –Quantitative Easing (QE)- títulos de deuda griega –con una calificación crediticia por debajo de ‘BBB-‘-. Pese a que el 22 de enero de 2015 el propio BCE confirmó que haría una excepción, como se habían hecho con otros países sometidos a programas de la Troika, esta medida entró en vigor el 10 de febrero de 2015. Fruto de la casualidad, al día siguiente tenía lugar una reunión del Eurogrupo, institución donde se reúnen periódicamente los ministros de finanzas de los diferentes Estados miembro, en la que se negociaría una prórroga de las ayudas griegas, condicionadas, claro está, a seguir aplicando políticas de austeridad. El BCE, como saben, es una institución políticamente independiente.
La economía política se asume que la sociedad existe, que lo económico es algo indisociable de lo político
También podemos hablar del Eurogrupo. Más tarde nos dimos cuenta, gracias a la expulsión del ministro de finanzas heleno Yanis Varoufakis del Eurogrupo, de que ese organismo realmente “es una reunión informal, por lo que no está sujeto a reglas o regulaciones escritas”. El Eurogrupo, organismo en el que se estaban llevando a cabo las negociaciones sobre una prórroga del rescate a Grecia, es decir, en el que se estaba decidiendo el futuro de millones de griegos. También europeos.
El poder también puede ser ejercido no solo a través de dispositivos formales y coercitivos, sino también mediante métodos informales y persuasivos. El enfoque económico convencional, la economía neoclásica, no es ideológicamente neutro. Como ya se apuntó anteriormente, para la economía neoclásica no existe eso llamado sociedad, con las implicaciones que de ello se deriva.
El economista Lionel Robbins, cuya descripción del objeto de estudio de la ciencia económica abre las páginas de cualquier manual ortodoxo de economía, utilizaba a Robinson Crusoe, personaje de la novela de Defoe que vivía en una isla desierta, para explicar en qué consiste la economía. El sistema económico se construye sobre la base de una serie de presupuestos antropológicos que autodeterminan las relaciones entre el individuo y la colectividad social. De autores como Hobbes, Mandeville o el propio Adam Smith, se extraen los cimientos que explican el comportamiento del conjunto social. Es a partir de la mera yuxtaposición o agregación de preferencias y decisiones de los individuos, fundamentadas estas últimas en elementos como la aversión al dolor, el apetito de placer, o el egoísmo como principio rector de la conducta del individuo, como se alcanza el bien público general.