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Una España federal-republicana en una Europa democrática y pacífica

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Manolo Monereo | Cuarto Poder | 18/09/2015

Discutir con un compañero como Ferrán Gallego (FG) es siempre una oportunidad para ir más allá de la “política politicista”, de la respuesta coyuntural a una agenda casi siempre marcada por el adversario, de un día a día que absorbe las mejores energías y que carcome el discurso alternativo, en definitiva, una invitación para pensar en grande. Esto obliga a situarse bien en la fase concreta, sin olvidar el ciclo largo de una historia que no comenzó ayer y que nos marca y nos marcará definitivamente durante décadas. No se debe olvidar que FG, es, sobre todo, un historiador competente, especialista, entre otras muchas cosas, en los diversos fascismos y en los varios populismos conocidos, desde su temprana tesis doctoral sobre los militares de izquierda en Bolivia.

Hablo de discutir, de discurrir con un compañero con el que creo estar de acuerdo en cosas sustanciales del presente, de nuestro presente colectivo como país y pueblo. Quisiera discutir sobre varios asuntos: a) la Grecia de Syriza; b) la naturaleza de la Unión Europea; c) el Estado alemán; y d) la vieja y nueva cuestión del Estado-Nación, ligada a la soberanía popular y a la democracia republicana.

Lo de Grecia duele y seguirá doliendo, es más, me temo que veremos cosas peores muy pronto. FG señala el centro del asunto: aceptar que hay un limite sistémico que los Estados, los pueblos, no pueden superar, es decir, interiorizar, convertir en política que la soberanía popular y la independencia nacional tiene que someterse a la dictadura de los acreedores organizados por los poderes de la Unión y garantizados por la “gran Coalición” que gobierna el Estado alemán. FG dice también en esto lo que hay que decir: una cosa es ser derrotado y otra cosa muy diferente es asumirlo y, sobre todo, hacer la política del adversario, del enemigo de clase.

Aquí conviene hacer una pequeña nota. Para justificar lo injustificable, a mi juicio, se suele decir que Tsipras está ganando tiempo, está creando condiciones, por así decirlo, para una superación futura de la derrota. Se subestima, en primer lugar, que el gobierno griego está aplicando un nuevo memorándum: ¿eso qué significa? Que están privatizando los sectores más significativos del patrimonio público, demoliendo lo que queda del Estado social, desregulando hasta el final los derechos laborales y sindicales, desintegrando la sociedad y liquidando las instituciones básicas del gobierno. Para decirlo de otro modo: están realizando el programa neoliberal. Esto es decisivo, la clave de este programa −que le hace materialmente (contra) revolucionario− es su voluntad de permanencia, en un sentido preciso: que los gobiernos que vengan detrás nunca puedan cambiar el modelo creado.

El otro asunto, en segundo lugar, es que el partido Syriza en este proceso habrá cambiado de naturaleza. Creo que el partido de Tsipras ganará las elecciones y que la Unidad Popular no sacará un resultado demasiado brillante. Esta es la gran victoria de los que mandan: matar la esperanza, obligar a escoger entre lo malo y lo peor, convertir la democracia en un juego con las cartas marcadas, desligar la política de la transformación social. Todo ganancias, pues.

FG señala un dato que nos va a servir de “hilo rojo” en este escrito, la clave de lo que fue el efecto Syriza, volver a situar en el centro de la vida pública la soberanía popular, el Estado nacional y la democracia en un sentido fuerte, entendida como elección entre modelos de sociedad y organización del poder. No fue poco, de ahí que la capitulación de Tsipras haya tenido consecuencias tan negativas; de ahí, también, que la victoria para los poderosos haya sido tan importante, tan decisiva, mandando una aviso claro y rotundo: los hombres y mujeres, la ciudadanía, nada vale, nada cuenta, frente al poder real de los bancos, de los acreedores, de los Estados ricos, de Alemania. La desmoralización organizada y programada.

La “cuestión alemana” y la naturaleza de la UE van de la mano. Aquí tampoco se equivoca FG. Lo que hay detrás del proceso de integración no es otra cosa que “la destrucción de la soberanía popular y la demolición de los Estados”. Aquí aparece, nuestro historiador lo sabe muy bien, lo que ha sido una de las últimas trincheras de la socialdemocracia, el llamado y nunca bien concretado federalismo europeo. La ideología europeísta tiene aquí su fundamento básico: construir paso a paso, de crisis en crisis, un espacio económico, político y cultural que nos conduzca a los Estados Unidos de Europa. Cada tratado, cada directiva o resolución que ceda soberanía de los Estados a ‘Europa’ es vista como una señal en la buena dirección, un avance en el necesario e irreversible camino de la Unidad. Poco importa que dicho proceso se haga fortaleciendo el poder de organismos e instituciones esencialmente no democráticas. Tampoco parece demasiado relevante que los principios neoliberales y sus políticas sean constitucionalizados, que el Estado social sea sistemáticamente demolido y que la UE se rompa entre un centro cada vez más poderoso y una periferia sur económicamente dependiente y políticamente subalterna, devenida progresivamente en protectorado; son, se insiste una y otra vez, los costes necesarios que hay que pagar por la unidad europea.

Ferrán Gallego, afirma con todo claridad que “La cacareada ‘nueva soberanía’ desplegada hacia arriba, hacia la constitución de una sola representación de un solo pueblo europeo en instituciones transnacionales es un fraude, cuya mezquina y decidida voluntad ha sido siempre la de destruir los espacios políticos que podían ofrecer márgenes de maniobra para la protección de los derechos sociales y para la obtención de espacios de movilización y representación de los sectores subalternos”. Lo que hay en el trasfondo, él lo sabe muy bien, es un viejo proyecto de Von Hayek: impulsar una variante del “federalismo económico” que sustraiga a la soberanía popular, a la ciudadanía democráticamente organizada, el control sobre la política fiscal y monetaria, impida la regulación del mercado y prohíba la intervención directa del Estado en el conjunto de la actividad económica y empresarial.

El otro lado de la cuestión es también evidente: impedir el ‘Leviatán’ de los Estados Unidos de Europa, es decir, de un súper Estado que pueda ser “politizado” por las poblaciones y caer en la tentación de las democracias plebeyas de controlar con mano firme la economía. Lo que se construye realmente es un ‘federalismo económico’ fuertemente autoritario, políticamente centralizador, al servicio de los poderes económicos. Lo nuevo es que las durísimas políticas de austeridad y la cuestión griega lo han hecho visible para las mayorías, especialmente, las de la periferia sur.

El tema central sigue siendo el Estado alemán. Casi todo el mundo lo sabe ya: la señora Merkel −al frente de la Gran Coalición de democristianos y socialdemócratas− es la que realmente manda en la Unión Europea. La desestructuración de los Estados europeos, la planificada demolición de la soberanía popular tiene, al menos, una excepción, el país germano. Es la gran paradoja del “federalismo” realmente existente: la UE se está organizando como sistema de poder y dominio en torno a un Estado nacional que tiene definida una estrategia de desarrollo económico neo mercantilista y deflacionario basada en el dumping social y en un nacionalismo exportador. De ahí que cada vez que se demanda “más Europa” lo que realmente se consigue es un control cada vez más fuerte de la poderosa Alemania, mayor poder para los grupos económico financieros dominantes y menos peso de la política entendida como autogobierno democrático, sin olvidar, que todo esto va unido a una creciente subalternidad a los dictados imperiales del ‘amigo’ norteamericano.

FG apuesta en tiempos como los presentes por construir “una nueva subjetividad de resistencia y transformación”, un sujeto político democrático-popular en torno a la defensa del Estado republicano y federal. No es poca cosa. Estoy convencido, como él, que el tipo de integración europea que representa la UE es un instrumento de expropiación, de acumulación por expolio, de derechos y libertades de los pueblos y de los Estados, un mecanismo político e institucional que tiene como objetivo liquidar las conquistas históricas del movimiento obrero organizado, forjadas, nunca se debe de olvidar, en más de un siglo de cruentas luchas sociales, de guerras y de enorme sufrimientos de las y de los de abajo. La Unión Europea, insisto, este tipo concreto e históricamente determinado de integración europea que se presenta totalitariamente como la única posible y por tanto irreversible, se está convirtiendo en el mayor enemigo de una Europa verdaderamente democrática, pacífica y autónoma. La Europa europea, por así decirlo, es la vieja intuición de De Gaulle, solo será posible si se basa en los derechos sociales, la soberanía popular y la independencia nacional. La pregunta hay que formularla: ¿por qué una UE aparentemente fuerte, unida, integrada, es cada vez más subalterna de los EEUU?

Para terminar, un asunto de mucha actualidad y que da muchas pistas sobre las ideas de fondo que FG defiende y propone. El enorme auge del independentismo catalán tendría que ver, entre otras causas, con el desamparo, la inseguridad, el retroceso social que las personas reales y concretas están sufriendo, privadas de instrumentos de protección política, de defensa ante la enorme agresión de los poderes económicos y financieros que de nuevo exigen sacrificios humanos. Dotarse de Estado, en este sentido, interpreto, sería una respuesta, con los “materiales histórico-sociales disponibles” (nacionalismo catalán e inexistencia de un proyecto nacional-popular alternativo), a la crisis político-cultural de nuestras sociedades. Me viene a la memoria el Karl Polanyi de la “La Gran Transformación” y las duras, durísimas, experiencias de la historia europea cuando el capital −el “mercado autorregulado” en su terminología− intenta, una vez más, dirigir y colonizar nuestra vidas. Hay que seguir discutiendo.

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